A medida que nos hemos ido sacudiendo la idea de que el sexo no es más que un trámite dedicado a la reproducción, nos hemos dado cuenta de que existe todo un mundo de placer por explorar. Nos hemos aventurado más allá del misionero canónico y nos hemos interesado por descubrir los resortes profundos de nuestra sensualidad. Tocar aquí o allá puede marcar las diferencias en el piel contra piel. Y ahora que nos hemos liado la manta a la cabeza y nos hemos atragantado leyendo el Kamasutra de un tirón, tan solo necesitamos un último empujón para rozar el éxtasis en nuestra intimidad. La clave está en ceder protagonismo al petting y a la estimulación alternativa en lugar de obsesionarnos con los genitales. Porque el sexo, por mucho que le cueste creerlo a algunos, no solo está hecho de penes y vaginas.
Penes, vaginas y sus alternativas
Sin caer en la falacia de defender que la genitalidad en el sexo no pinta nada, sí hay que puntualizar que suele estar sobrevalorada. El pene ejerce una especie de poder hipnótico que nos lleva a buscarlo, a acariciarlo, a pellizcarlo, a lamerlo y a succionarlo con ansia. La vagina no se queda atrás, reclamando toda la atención sobre sus labios y el todopoderoso clítoris. Por eso, algunas tendencias como el sexo Karezza o el tántrico se esfuerzan en promocionar una idea más espiritual de la experiencia sexual. Los juegos preliminares pueden ayudarnos no solo a descubrir nuevas dimensiones de nuestra dimensión erótica, sino a cambiar nuestra perspectiva sobre el sexo en general. La risa es el mejor afrodisíaco en las distancias cortas y uno de los vínculos más fuertes que se establecen en la pareja.
Hay tantas zonas eróticas como centímetros de piel tenemos. Por eso, debemos escuchar nuestro propio latido íntimo y guiarnos y dejarnos guiar hacia nuevas formas de placer. Prolongando la fase de besos y caricias, insistiendo en el cuello, los omóplatos, el vientre y las manos podemos alargar los prolegómenos, retrasar el coito y… aumentar la excitación.